lunes, 16 de septiembre de 2013

Qué mal se escribe en Chile




Hace unos días vi en televisión una entrevista a un siquiatra que expuso, principalmente, sobre las características de una sociedad consumida por la falta de valores, el desapego de las emociones y la pobreza espiritual en todos sus ámbitos.

Estuve tentado por cambiar de canal, pero una pregunta me hizo desistir: “¿Cuál es, a su juicio, el mayor problema de la sociedad chilena?”, requirió el conductor, ante lo cual el experto no contestó ‘lo esperable’ -la desigualdad, la intolerancia, el esnobismo, el chovinismo…-, sino que me noqueó con su respuesta: “La pérdida del lenguaje”.

Su explicación fue simple y directa: las nuevas tecnologías, la inmediatez y el creciente interés por ‘tener’ (más que por ‘ser’) han hecho que la fórmula leer-escribir-hablar sea, paradójicamente, un valor sin valor.

Concuerdo: hoy no existe interés por mantener viva la esencia del idioma, que es la gramática y la ortografía (y no solamente la capacidad de transmitir un mensaje, lo cual podríamos hacer - incluso- sin necesidad de palabras). Por ejemplo, me sorprende que no exista conciencia sobre la utilización la las tildes para connotar la intención de un texto, considerando que hay diferencias ostensibles entre una frase y otra dependiendo de cómo se acentúe una palabra.

También me preocupa y me cuesta aceptar y entender la ignorancia generalizada sobre cómo y cuándo utilizar recursos expresivos tales como signos de interrogación o exclamación, puntos suspensivos,  comas, puntos… y todos sus derivados (que son varios, aunque no sean tan recurrentes).

Básicamente, no se trata de hacer alarde de las destrezas al redactar, sino que de dar un sentido coherente a lo que se quiere expresar. A diario veo cómo las personas ocupan su tiempo actualizando perfiles en las redes sociales con frases ininteligibles, ilógicas, vagas y hasta contradictorias. Desde mi perspectiva, es impresentable que mensajes tan poco elaborados como éstos adolezcan de problemas tan severos.

Escribir sin que se entienda es tan aberrante como hacerlo con faltas a la ortografía, lo cual me parece inaceptable en estos tiempos en que el acceso a la información, a diccionarios y a internet está tan masificado.

Dentro de mi ámbito de trabajo y, en lo posible, en mi círculo social trato de contribuir en este aspectos, pero caigo en cuenta de que se trata de una batalla casi perdida: en muchos casos no es falta de oportunidad, sino que falta de interés; en muchos otros, no interesa escribir mejor, escribir bien. Y frente a eso prefiero evitarme molestias y no leer todo aquello que es una vergüenza en sí mismo.

¡Qué pobreza de espíritu revela la falta de interés por mejorar estos aspectos que sirven para darse a entender de manera clara y correcta pero que, además, son determinantes para juzgar  competencias laborales, académicas e incluso personales!

No escribo con ánimo aleccionador, sino que con desconsuelo y con un profundo deseo de que esto cambie alguna vez; con la añoranza de que en Chile la gente leyera más y viera menos televisión-basura; con el sueño de que en vez de juegos y aplicaciones cuyo aporte es irrelevante, las personas descargaran libros y diccionarios. En fin, con un país menos conformista y pobre, donde el amor al idioma sea enaltecido como valor y no como una lucha de unos pocos. 

domingo, 21 de julio de 2013

Mirar hacia arriba


Ayer paseábamos con Andrés por el centro de Santiago y llegamos a la siguiente conclusión: si las personas que caminan a diario por esas calles levantaran la mirada tan solo un poquito, verían verdaderas maravillas.

Son muchos los que encuentran que el centro de la capital es un barrio deslucido, gris y absorbido por los intereses comerciales, que no tienen compasión a la hora de ocupar edificios antiguos con cadenas de comida rápida de dudosa reputación. Pero a todos ellos yo les digo: "¡Calma! Aún hay esperanza. Tan sólo hay que elevar un poco la mirada".

Y cuando hablo de elevar me refiero al sentido estricto y literal de la palabra: mirar hacia arriba. En las calles Huérfanos, Ahumada, Estado, Catedral, Agustinas, Moneda, por ejemplo, hay verdaderos prodigios de una arquitectura impecable y soberbia que se niega a desaparecer entre tanto mall y edificio de oficinas.

De esto hay muchos ejemplos, aunque lo que más me sorprende es la gran cantidad de construcciones fieles al estilo art déco de los años '30 (que ahora son notarías, edificios de reparticiones públicas o cines XXX). Allá arriba está lleno de detalles constructivos, de figuras geométricas, de espacios nobles y bien diseñados... y nosotros, acá abajo, los ignoramos día a día.

Así también podríamos admirar un considerable número de edificios palaciegos, cuyos balcones, celosías, lucarnas, escaleras, torreones, marquesinas... dan cuenta de una época de esplendor y de un gusto elegante y noble que obedecía más que nada a un respeto por lo estético y emocional.

Así que mi invitación es a darse una pausa y a contemplar el mundo sobre nuestras cabezas. Estoy convencido de que aún tenemos la oportunidad de deleitarnos con la grandeza de tiempos pasados que siguen estando aquí aunque a veces no nos demos cuenta.