El
año pasado visité la Patagonia chilena por primera vez. Aprovechando el buen
tiempo, también me aventuré a tierras argentinas a través del paso fronterizo
Río don Guillermo, muy cerca del Parque Nacional Torres del Paine. ¿Mi objetivo
allende Los Andes? Visitar el que, según muchos, es uno de los espectáculos más
hermosos de la región: el glaciar Perito Moreno.
El
viaje dura casi diez horas, contando la ida y el regreso. El bus es pequeño; y
el frío, intenso. Pero una vez en el destino, ninguna de esas vicisitudes logra
opacar en lo más mínimo la experiencia de encontrarse situado frente a frente
con aquella inmensa pared de hielo azul de más de 30 metros de alto. Sobrecogedor.
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Vista lateral del glaciar Perito Moreno, en Argentina. |
La travesía desde Chile consideraba la compañía de un guía que no sólo habló del glaciar y su privilegiado entorno, sino que también enfatizó en las
circunstancias que han permitido que el Perito Moreno sea considerado como patrimonio de la humanidad por la UNESCO y que el gobierno argentino lo potencie tanto como atractivo turístico y lo proteja celosamente de cualquier tipo de amenaza.
“Lástima
que en Chile no exista una regulación como la Ley de protección de los glaciares”, pensé con tristeza. Sabía que
aquella reflexión podía ser compartida con varios compatriotas que querríamos apoyar la causa, pero sin tener que cambiar
nuestro ritmo de vida; sin tener que convertirnos en activistas. "Qué pena que
esa pretensión no sea posible”, proseguí.s de las redes socialesestar a
travde Barcelona, en mayo de 2011, el sociormas de comunicacitirnos en
activistas"
Afortunadamente,
me equivoqué. Los chilenos que aspiraban a contar con una legislación similar a
la argentina no eran tan sólo varios
-como supuse-, sino que, no conforme con ser miles, se estaban organizando para
dar vida a una idea que se ajustaba a esa pretensión y que, que por ese
entonces, parecía idealista o más bien una locura: la República Glaciar.
Todos conectados
¿Una república con ciudadanos, leyes y pasaporte oficial? En efecto: un
país donde -según su propia constitución- “sus ciudadanos se
comprometen a proteger estas enormes masas de hielo, fuentes de agua y de vida,
y (…) que velaría por su
protección hasta que hubiese una Ley de glaciares”.
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Logo de la República Glaciar. |
La
idea se formalizó hace tan solo dos meses, pero se propagó con asombrosa
velocidad en las redes sociales, especialmente en Twitter, donde se hizo un
llamado a todos quienes tuvieran esta conciencia ecológica para que se convirtieran
en ciudadanos de esta nueva
república.
Pero sin duda, no se trata sólo de una pretensión ambientalista, sino que también representa un discurso mediático
cohesionado tendiente a poner en la ‘agenda pública’ un tema relevante para, al menos, 131 mil personas que ya se han convertido en
ciudadanas.
En
este escenario, la rápida circulación del contenido mediático que representa la
República Glaciar puede ser entendida por la participación activa de los
actores involucrados, quienes -en palabras de Henry Jenkins- “están aprendiendo a emplear (…)
diferentes tecnologías mediáticas para controlar mejor el flujo de los medios y
para interaccionar con otros consumidores.” (28).
Profundizando
en el análisis del autor norteamericano en su libro “La cultura de la
convergencia de los medios de comunicación”, coincido en que la rapidez con la
que se concretó la idea es coherente con que las personas
“(…) ponen en común sus ideas e informaciones, se movilizan para promover
intereses comunes y funcionan como intermediarios populares para garantizar que
los mensajes importantes y los contenidos interesantes circulen más ampliamente.”
(243).
Y esto es, efectivamente, lo que ocurrió aquí: las personas comenzaron a
intercambiar sus impresiones con los demás mediante grupos de discusión
virtual, colaborando para garantizar que todo aquel que invirtiera tiempo y
esfuerzo en difundir, lograra una experiencia enriquecedora como parte de un ‘sentir
popular’.
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Isabel Allende, ciudadana de la República Glaciar
(Foto: Greenpeace). |
El contexto
de una comunicación mediática digital también ayudó favorablemente al proyecto, en un claro ejemplo de lo que Carlos Scolari denomina mediaciones, entendidas como un conjunto de “(…) procesos
de intercambio, producción y consumo simbólico que se desarrollan en un entorno
caracterizado por una gran cantidad de sujetos, medios y lenguajes
interconectados tecnológicamente de manera reticular entre sí.” (113-114)
¿Sabían los organizadores que la
clave en este caso, entonces, estaba en la capacidad de crear redes de personas, nuevos ciudadanos conscientes, conectados entre sí, mediatizados por
documentos e información compartida y por los dispositivos de comunicación
disponibles? Misterio. Lo que sí salta a la vista es que ésta es una característica fundamental de las nuevas formas
de comunicación.
Para contextualizar tal afirmación, citaré a Manuel Castells, quien en
una charla ofrecida en las acampadas de Barcelona, en mayo de 2011, compartió esta idea con jóvenes que se habían organizado a
través de las redes sociales para protestar por la situación social de su país:
"¿Cuál
es el cambio fundamental que hemos observado en los últimos años? Es el paso de
un sistema dominado totalmente por la comunicación de masas, centrada en los
medios de comunicación (…) a un sistema de lo que yo llamo de autocomunicación de masas a través de internet
y de las redes móviles".
Y
continuó asegurando que “por autocomunicación de masas podemos entender la
capacidad de cada persona de emitir sus mensajes, seleccionar los mensajes que
quiere recibir, organizar sus propias redes, ponerse de acuerdo con otras
personas en redes en internet, en que los contenidos, las formas, los
participantes en esas redes son decididos autónomamente”.
La observación de Castells concluye que los movimientos sociales
han aprovechado esta autonomía comunicativa creciente para organizarse y
ampliar la movilización, inventando nuevos cauces participativos, sin pasar por las instancias en las que las personas son consumidores pasivos de información.
En
otras palabras, hoy se configura el escenario social y tecnológico ideal para
que, irónicamente, esta idea de Greenpeace ‘prendiera’ tan rápido a tan solo
dos meses de su creación oficial, como se puede comprobar en el siguiente gráfico, creado en base a la información publicada en la cuenta de Twitter de Greenpeace:
La demanda
Desde
el comienzo, la creación de este nuevo estado no estuvo pensada solamente como una
manera de juntar a personas con un pensamiento afín. También perseguía un
objetivo claro: “Cuando fundamos República Glaciar, nos propusimos como
reto que el nuevo Gobierno en Chile se comprometiese con un territorio olvidado
y desprotegido: los glaciares chilenos”, escribió Asensio Rodríguez, director de recaudación de fondos de Greenpeace.
Esta
declaración de intenciones nos lleva a un plano menos inocuo, ya que conlleva
una exigencia al Ejecutivo, al conminarlo no sólo a pronunciarse al respecto,
sino que además a pensar y promulgar un
proyecto de ley. Es decir, se transformó en una exigencia ciudadana.
La
contingencia política del país hizo que, afortunadamente para sus afanes, la
República Glaciar pudiera definir un hito claro para obtener una respuesta a
este ‘clamor popular'. Con el hashtag #GlaciaresEl21, miles de personas hicieron un llamado a la presidenta Bachelet para que se pronunciara al respecto, en
un proceso que se transformó en un claro ejemplo de lo que Jenkins llama la inteligencia colectiva:
“La convergencia se produce en
el cerebro de los consumidores individuales y mediante sus interacciones
sociales con otros. Esta conversación crea un murmullo cada vez más valorado
para la industria mediática: la inteligencia colectiva.” (15)
Y
es que, siguiendo la línea de reflexión de Jenkins, “(…) las destrezas que
adquirimos pueden tener implicaciones en nuestra manera de aprender,
trabajar, participar en el proceso político y contactarnos con otras personas
de todo el mundo”. (32)
A
esa altura, la iniciativa ya estaba legitimada a través
de los medios y las redes sociales, como una comunidad con mayor poder de negociación que si fuera sólo una
organización exigiendo derechos para las enormes masas de
hielo. Ahora eran usuarios-consumidores-ciudadanos. Ahora era una república, y
como tal podía poner sus demandas 'sobre la mesa'.
Es que un
grupo organizado se empodera y hace escuchar su voz de modo más articulado y más fuerte. Así, la confianza que otorga la
inteligencia colectiva hace cambiar, incluso, el tono de los discursos, al
punto de no temer interpelar directamente a la máxima autoridad chilena:
“Pídele
a la Presidenta Michelle Bachelet que en su discurso incluya la protección de
glaciares y asuma la responsabilidad de protegerlos por ley. Tuitea y comparte
estos mensajes para que el 21 de mayo cambie la historia de los glaciares”,
versaba, por ejemplo, la consigna en el sitio web de la República Glaciar. Conciso y
directo: inimaginable en otros tiempos.
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Tres fases: nacimiento de la República Glaciar, el emplazamiento y el festejo por la demanda escuchada. |
Es
claro que, como señala Castells, “a partir del momento en que surge una
dinámica espontánea de organización en red, en internet, en las calles y la red
interpersonal; ahí, cuando las personas ya no están solas, saben que están
juntas, se produce el cambio mental más fundamental de todos: se pierde el
miedo a decir y a hacer”.
“Y en la superación del miedo,
entonces, a través de esa reunión de proyectos individuales que se transforman
en colectivos sin dejar de ser individuales, a partir de ahí se empiezan a
plantear críticas, alternativas y debates sobre qué otras formas de vida
todavía son posibles”, continúa.
Y
sí que fue posible, ya que en el más reciente discurso del 21 de mayo, la presidenta de la
República de Chile lo dijo: “Otra de las materias sobre las cuales debemos poner
nuestra máxima atención es en el cuidado de los glaciares. Los glaciares
representan una fuente de agua dulce de un valor incalculable. Presentaremos un
proyecto de ley que proteja los glaciares y su entorno, haciéndolo compatible
con las necesidades y aspiraciones nacionales y regionales”.
¡Primer logro concreto en la
historia republicana de esta joven nación! Y, como tal, fue celebrado como se puede apreciar:
Es
en instancias como éstas en las que el poder de un proyecto pensado desde lo ecológico, pero concretado desde lo
tecnológico, adquiere su verdadero sentido. La sola mención en el mensaje
presidencial del pasado 21 de mayo evidencia que la República Glaciar tiene
mayor poder de negociación, y nos hace pensar que Castells estaba en lo cierto
cuando señaló que:
“En
la medida en que hay un cambio en el entorno de la comunicación, hay un cambio
organizativo, y hay un cambio tecnológico. Cambian los procesos de comunicación
y, por consiguiente, cambian también las relaciones de poder”.
Crisis del Estado-Nación
Cuando niños aprendimos conceptos derivados
de la ciencia política; uno de ellos, quizás el más cercano por cuanto estamos
inmersos en él en lo cotidiano, es el de Estado-Nación, con sus tres
características fundamentales bien identificadas:
- Poseer un Gobierno.
- Contar con una población con una historia común.
- Desarrollarse en los márgenes de un
territorio.
Hasta
antes de la irrupción de la tecnología y de la capacidad de los usuarios de
internet para organizarse en comunidades, este concepto no había sufrido golpes
tan certeros. Pero lo cierto es que, hoy en día, el ejemplo de la República
Glaciar demuestra que es posible pensar en nuevas naciones, nuevos gobiernos,
nuevas repúblicas… Todo virtual.
Porque
para lograrlo, no hace falta más que un elemento: una idea compartida. De ahí en más, es tarea de los usuarios
comenzar a conformar las características particulares de una comunidad, cuyos
contenidos se sustentan en la tecnología, pero principalmente en el entorno
cultural en el que se desarrollan, tal como señala Henry Jenkins:
“La
cultura de la convergencia es muy fecunda: ciertas ideas se propagan de arriba
abajo, empezando por los medios comerciales y siendo adoptadas y apropiadas por
una serie de públicos diversos a medida que se propagan por la cultura.” (254)
Con
todo, resulta lógico pensar que este fenómeno que he denominado crisis no es
tan ajeno a la reflexión teórica, sino que, simplemente, está tomando cuerpo en
diferentes iniciativas. El mismo Jenkins lo visualizó hace unos años al
escribir:
“La
narración transmediática es el arte de crear mundos. Para experimentar
plenamente cualquier mundo de ficción, los consumidores deben asumir un papel
de cazadores y recolectores, persiguiendo fragmentos de la historia a través de
los canales mediáticos”. (31)
Crear
mundos. En este caso, ese mundo imaginado es la República Glaciar, que se une a
otras ideas parecidas, entre las cuales me parece destacable lo que ha
ocurrido con la Nación Simpson.
Esta
agrupación de ciudadanos sin territorio definido, con un gobierno virtual a
cargo Homero Simpson y, lo que considero más relevante, sin territorio (o mejor
dicho, con el territorio de lo virtual) nació como iniciativa de la cadena que
emite los episodios, de tal modo de congregar a los seguidores de la ‘familia
amarilla’ mediante algo más que la serie: una comunidad (ver video).
O sea, la narración transmediática de la que habla Jenkins en toda su expresión,
ahí donde los ciudadanos-consumidores sienten el impulso irrefrenable de tomar
los contenidos mediáticos y reformularlos o rehacerlos en comunidad, a través
de llamados que los interpelan.
En
este caso particular, el llamado invita a conformar un todo organizado, con sus propias características y ritos: “¡Conviértete
en un ciudadano oficial, ingresa ya en esta app!”, señala el sitio web
oficial, reiterando la idea de nación con una declaración de intenciones
directa: “Llevamos 25 años creciendo sin parar. Llegó la hora de convertirnos
en una potencia mundial”.
Chileno.
Glaciariano. Simpsoniano. La entrada de internet en nuestras vidas no sólo está
facilitando el acceso a la información, favoreciendo la comunicación a pesar de
las distancias. También
está posibilitando concretar un anhelo de muchos (entre los que me incluyo):
prescindir del territorio, organizarse en comunidades y ser ciudadanos del mundo.
Fuentes:
- JENKINS, Henry. "La cultura de la convergencia de los medios de comunicación".
- SCOLARI, Carlos. "Hipermediaciones: elementos para una teoría de la comunicación digital interactiva".
- CASTELLS, Manuel. "Poder y comunicación". Discurso en la acampada de Barcelona (2011).
- Discurso del 21 de mayo de la Presidenta de la República (2014).