lunes, 27 de octubre de 2014

Vivan y dejen vivir (a propósito del niño que tiene dos papás)



(Foto: Reproducción Movilh)
Hoy tuve una conversación con una de las mujeres de mi vida; una amiga entrañable a quien conozco desde hace casi 15 años: Andrea, @negracuriche o, simplemente, Andreíta, como suelo decirle. Con su sensibilidad y desparpajo habitual, me contó que con su novio habían estado conversando sobre Nicolás tiene dos papás y de cómo ellos no habrían de necesitar un libro como aquél para, cuando llegue el momento, explicarles a sus hijos qué y cómo hay que hablar de la homosexualidad.


¿La razón? Ella tiene un acercamiento natural hacia el tema, porque desde siempre ha estado rodeada de amigos, amigas, colegas y quién sabe cuántos parientes o conocidos más que son homosexuales. Sabe que la sexualidad es una anécdota dentro del complejo mundo que somos los seres humanos y que, bajo ninguna circunstancia, lo que sentimos o lo que nos gusta en la intimidad es un factor suficiente para etiquetar o juzgar a una persona. O a muchas.


Mi gran desconsuelo es que, por desgracia, no todos piensan como ella. Y mientras eso no cambie, seguiremos estancados en un país donde la publicación de un libro como ‘Nicolás tiene dos papás’ acapara portadas y minutos de TV, y se instala como un tema en la cuestionable ‘agenda valórica’ de personas y sectores que se arrogan el derecho de decidir qué hacemos con nuestras vidas.


Todos somos libres de pensar de manera diversa y sé que precisamente en la divergencia está la gracia; pero una cosa es pensar y la otra obligar a que quien está al lado piense como uno. Una cosa es concebir la realidad desde un enfoque, pero otra es deslegitimar a los que están parados en la vereda opuesta. En fin, una cosa es ser lo que queremos, con lo que nos conformamos, y otra muy distinta es obligar a los demás a que sean como yo (o responsabilizarlos de nuestras propias represiones).


En el caso particular de ‘Nicolás tiene dos papás’ el problema es aún más grave, porque sus opositores no solamente intentan sin éxito negar una opción de vida en pareja, de formar familia, sino que, de paso, invisibilizan los verdaderos valores que este cuento transmite: amor, tolerancia, gratitud, sana convivencia, etcétera.


En un Chile donde existen tantos problemas que resolver, tantas brechas que acortar y tanto por seguir creciendo (no sólo en lo económico, sino que en lo cultural y emocional… para poder construir de una vez por toda un alma-país reconocible) es tan desalentador comprobar que continuamos estancados en una ‘polémica’ de poca sustancia, alimentada por gente ignorante y egocéntrica que malgasta su energía en defender lo indefendible…


… Y es el hecho de que, aunque a algunos les incomode o incluso les moleste la existencia de lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (la orgullosa comunidad LGBT), las sociedades seguirán avanzando hacia un futuro donde el concepto de familia no sólo estará delimitado por la triada papá-mamá-hijos, sino que se abrirá a todas las formas de amar que conoce el ser humano. 


Y para eso hay que estar preparados como persona, como familia y como país. Más temprano que tarde tendrán que llegar las modificaciones legislativas que regulen y equiparen los derechos que todos tenemos. Y mientras ese día llega, bien vale celebrar iniciativas como la de este libro infantil, que es un gran paso hacia el cambio social y cultural que tanta falta le hace a este país.