viernes, 3 de noviembre de 2017

Reportar anuncio > me parece ofensivo

Está claro que todos los formatos digitales son la mejor plataforma para hacer publicidad. Sin embargo, creo que existen negocios que deberían estar vetados en las redes sociales. El primero de todos ellos, sin duda, es la política.

Estoy cansado de ver publicidad en Instagram, pero me la banco porque sé que hay personas y empresas que necesitan darse a conocer a través de fotos lindas que, en el fondo, sólo buscan el clic a sus sitios. Bueno, eso es válido y todos estamos conscientes de que es parte de las reglas del juego.

Y aunque al parecer que no sirve de nada, siempre denuncio la publicidad de políticos. No importa del sector que sea: no me interesa ver ahí sus mensajes; tal como no me interesa este mensaje nefasto, anacrónico, discriminador, anquilosado, antediluviano, etc. que vi en mi timeline hace unos días.

Mi voto vale vida es lo más ofensivo que he visto en Instagram. ¿Qué se cree este grupo de seres decadentes y conservadores diciéndonos (diciéndo-me) qué es la vida y qué es la familia. ¿Familia según quién? ¿Me defiende a mí, a mis peces, a mi conveniente civil? ¿Defiende a la pareja que decide convivir sin casarse? ¿Defiende a dos hombres o dos mujeres que comparten su vida? Señores de Mi voto vale vida, les informo: todas ésas también son familias.

Creo que es hora de que nos movilicemos en contra de estos mensajes nefastos, que no hacen más que hundirnos en el subdesarrollo, promueven la discriminación y nos impulsan a vivir en una sociedad basada en el cartuchismo. Denunciemos, para que esto se acabe. Y en su defecto, si continúa, para que sólo sea un mensaje que difundan y defiendan entre ellos, en una endogamia moral que algún día habrá de terminar.

jueves, 12 de octubre de 2017

Menos ideología, más lucidez

Enciendo el televisor. Veo que que un candidato presidencial de la ultraderecha llama a que “la ideología comunista no destruya los valores cristianos...” y otro, en la trinchera opuesta, que declara que pertenece a un partido que es “un instrumento de izquierda popular y patriótica”.


Viví los últimos años de la Guerra Fría en total ignorancia. Sin embargo, me hice cargo de mi responsabilidad cívica y aprendí, a grandes rasgos, de qué se trató: básicamente, el enfrentamiento irreconciliable de dos bloques; dos formas opuestas ver la vida y de entender cómo funciona el mundo.


Hoy, casi 30 años nos separan de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. En el intertanto, Sudáfrica eligió a Mandela; volvió la democracia en Chile; clonaron una oveja; estalló una guerra en el Golfo; un Papa dimitió en el Vaticano; una mujer y un afroamericano fueron presidentes de Chile y Estados Unidos, respectivamente. Y así.


La última década del siglo XX avanzó con ritmo vertiginoso y la gente cambió. ¡El mundo cambió! Y nosotros, ad portas de una elección presidencial, aún seguimos enfrascados en la eterna dicotomía que tanto mal le ha hecho al mundo en su historia moderna, cual si para validarse hubiese que optar por uno u otro bloque, sin matices intermedios.
Estamos acostumbrados a tener que elegir entre posiciones opuestas; entre políticos que aún viven de miedos o añoranzas pasadas y que, muchas veces, sacrifican el sentido y el bien común, con tal de seguir fieles a los preceptos de sus partidos. Lástima que es una mirada añeja, sesgada, egoísta y anacrónica. ¡Es tiempo de cambiar!

¡Nicanor al rescate!
En este escenario político triste y añejo, que se mantiene vivo a costa de delirios y añoranzas, apareció en mi vida el poeta centenario: Nicanor Parra, en una entrevista concedida a la televisión española en plena dictadura chilena, por allá por 1987.


En ella dejó bien en claro que la confrontación de estas dos ideas antagónicas estaba devastando al mundo y que, en consecuencia, no daba abasto para solucionar los verdaderos problemas de la sociedad y sus hombres. Impresiona no sólo su lucidez, sino la mirada vanguardista y profundamente humana en cada una de sus palabras.

“Los pueblos pueden ser salvados por la poesía e-comprometida. O sea, la poesía comprometida con la supervivencia, con un no al enfrentamiento: la poesía comprometida con la noción de autorregulación del espíritu y de la sociedad, porque hemos visto que el choque de las ideologías tradicionales ha llevado al planeta a la situación desastrosa en que se encuentra: al borde del colapso”, aseguró hace 30 años.


¿Qué ideologías tradicionales? Parra responde: “Me estoy refiriendo al liberalismo o, para usar una palabra más fuerte, al capitalismo, y también al socialismo real, tal como lo conocemos (que) en el fondo lo que están haciendo (...) es reducir el planeta a la forma de artefactos. Le están dando forma de automóviles, refrigeradores, teléfonos, etcétera (...). Es decir, estamos transformando el planeta en chatarra”.
Amor infinito a Nicanor, un genio como pocos. Ya hace 30 años planteaba que la única forma de salvar el caos en el que está sumida la humanidad es terminar, de una vez por todas, con la confrontación de las cosmovisiones tradicionales (marxismo versus capitalismo). Además sugiere que nada sacamos si no incorporamos al entorno natural. ¡Un visionario!
Hombre, sociedad ¡y naturaleza!


Nicanor, genio transgeneracional, fue más allá con un planteamiento vanguardista: explicó que las sociedades deben enfrentar a una problemática triple, que incluye al individuo, a la sociedad… y a la naturaleza, en lo que él llamó ecología social.


“Parece que el problema básico de la cosmovisión tradicional consistiría en que no se ha entendido bien la relación del hombre con la naturaleza, por una parte, y por otra, la relación de los hombres entre sí (...). Las cosmovisiones tradicionales, tanto el liberalismo, como el socialismo, como el marxismo, resultan insuficientes para comprender la nueva situación en la que nos encontramos”, dijo a la periodista española


Ella queda descolocada. Ella, desde la infinita distancia geográfica e intelectual, no comprende fácilmente lo que Parra explica con tanta sencillez, y lo azuza para que dé definiciones basadas en la polarización política, en la dicotomía clásica, en el bien versus el mal.


Pero el ecopoeta insiste: “La relación de amo-esclavo es la que rige la totalidad de las relaciones sociales y las relaciones del hombre con la naturaleza. Habría que partir, entonces, de otro punto, en otros términos: no de Marx, sino más bien de Kropotkin, quien aparentemente entendió mejor la relación del hombre con la naturaleza y entendió mejor la relación de los hombres entre sí”.

Y por si alguien siguiera sin entenderlo, planteó una frase simple pero decidora; una frase que extraño en los políticos de primera o de cuarta categoría; una frase que deberíamos exigir a quienes aspiren a gobernarnos en los tiempos modernos, de respeto, de inclusión: “Lo único que se pide es un grado mayor de racionalidad, un grado mayor de lucidez”. Genio.


lunes, 4 de septiembre de 2017

Somos ignorantes y egoístas

Si tuviera que definir a los chilenos con sólo dos adjetivos diría que somos ignorantes y egoístas.

En general, somos ignorantes como sinónimo de falta de conocimiento. Al chileno no le interesa leer; no le interesa escuchar música bella; no le interesa saber más de política para votar informado; no le interesa hablar o escribir bien; no le interesa dar opiniones argumentadas; no le interesa ir a los museos; no le interesa invertir en alimento espiritual (y con esto no me refiero a la iglesia, sino que a lo que llena el alma: la belleza, el arte).

Lo que le interesa es el crecimiento económico, es tener un buen trabajo, es ganar más, es comprarse la mejor tele; es tener Netflix, CDF, internet, el mejor celular, ropa de marca. Lo que le interesa es la satisfacción instantánea mediante estímulos tan básicos como tener más amigos en Facebook o más likes en las publicaciones de Instagram. O sea, lo efímero, lo que no estimula el intelecto ni el corazón.

Diariamente, veo que en el transporte público las personas van mirando su celular. Todas. Sin excepción. Cuando me acerco para observar qué hacen, básicamente descubro que: 1) están en Facebook y 2) Están jugando Candy Crush (o cualquiera de sus símiles). Espacio en el Metro hay. La tecnología está. ¿Por qué nadie usa esas características para otros fines? ¿Por qué nadie se interesa por un estímulo verdadero?

Sin ir más lejos... ¿por qué nadie lee un libro, por ejemplo? Porque un buen libro, con una buena historia, es una de las mejores maneras de aprender, de elevar el espíritu a un nivel superior de imaginación y conocimiento. Y no digan que son muy caros, que el IVA, etc. Es cierto: son caros, pero hay muchas otras cosas aun más caras y la gente accede igual a ellas. Es decir, no es un tema de precio, sino de prioridad: a los chilenos no les interesa leer. Así de claro.

Otra manera pragmática de comprobar esta hipótesis es leer lo que los chilenos comentan en redes sociales. Es sorprendente. Es abominable. En su mayoría, son opiniones infundadas, ignorantes, llenas de juicios y prejuicios, llenas de incongruencias y, lo que es peor, insultos. Es vergonzoso que haya tanta gente que, libremente, se tome el tiempo para escribir eso. Es una pena que la ignorancia y la falta de criterio inunden y ensucien este espacio democrático digital.

Por pura ignorancia: por eso es que después tenemos que aguantar que muchos crean cuanta burrada aparece en las redes sociales, legitimando opiniones de sacerdotes místicos, videntes, pitonisas de pacotilla, contadores de cuentos, reveladores de conspiraciones -les hablo a ustedes, Salfate y Dr. File-, sismólogos de circo, detectores de catástrofes, vendedores de humo, falsos profetas, políglotas, saltimbanquis, malabaristas y cualquier bufón por el estilo.

¿País solidario?

Muy por el contrario de lo que nos han hecho creer con campañas como Teletón, Chile ayuda a Chile y todas ésas... yo creo que los chilenos no somos solidarios. Claro, si hay un trasfondo mediático y casi institucional, resulta lógico que haya ganas de colaborar con dinero. Pero ¿aportar plata es ser solidario? Yo creo que es ser subsidiario, nada más.

En lo cotidiano, vemos que cada quien vela por su propio metro cuadrado. En el Metro, en la micro, vemos que mientras haya goce y satisfacción personal, no importa si el otro está cómodo o no. Si yo voy bien, si yo me tengo que bajar en la próxima parada, no me importa si hay alguien que quiere subir. No me corro. Yo voy bien acá.

El egoísmo se ve en todos lados, en todas sus formas, incluso las más sutiles: el tipo que adelanta en su auto; el tipo que se salta la fila; el tipo que escucha música sin audífonos; el tipo que mira su celular en el cine; el tipo que maneja borracho; el que discrimina a los inmigrantes; el que se opone a los derechos de las diversidades; el que no quiere donar sus órganos; el que no compra un boleto en la rifa de Bomberos; el que bota la basura al suelo; el que fuma en lugares públicos; el que tose y no se tapa la boca; el que se para en el lado izquierdo de la escalera mecánica...

Nos falta mucha solidaridad y nobleza. Y eso es transversal, porque no sólo se aprecia en la calle, sino que también en las empresas (quiénes más egoístas), en la televisión, en el Congreso, en la política en general. Vemos cómo todas estas personas, antes que el mentado y prostituido bien común anteponen sus valores, su visión, sus intereses... algunos de manera más evidente que otros.

Somos un país de gente que tiene prioridades y valores muy trastocados. Gente que valora el tener en vez de ser. Gente que se preocupa sólo por el bienestar propio, pero que no tiene conciencia de un otro compartiendo los mismos espacios. Gente mal educada, amargada, poco amable. Gente que no es capaz de transmitir buena energía; que no es capaz de saludar, de ofrecer disculpa en la calle, de pedir por favor, de dar las gracias; gente que va al mall en vez de al parque... Viéndolo así, podría agregar un tercer adjetivo: gente insensible.

lunes, 28 de agosto de 2017

Sí, es posible: yo le gané a una isapre

En junio de 2015 la isapre Masvida me negó la cobertura de un procedimiento médico llamado Litotripsia Extracorpórea, por considerar que correspondía a las consecuencias de una preexistencia no declarada. Eso me obligó a pagar una suma superior a los 2 millones y medio de pesos.

Apelé la decisión a través de una carta dirigida a la contraloría médica de la isapre, argumentando que la no-declaración de la supuesta preexistencia correspondía a una omisión involuntaria, y no a un acto premeditado ni alevoso. Como era de esperar, me dijeron que la apelación había sido rechazada y ratificaba el doble castigo impuesto.

Me sentí molesto, pues me obligaban a pagar de mi dinero; también me sentí ofendido, porque seguían dudando de mi honorabilidad, al insinuar que traté de engañarlos al quedarme callado en la declaración de salud. Así que, por eso, decidí apelar ante la Superintendencia de Salud, mediante su formulario online.

Escribí una carta muy detallada, explicando el porqué de mi inocencia. Adjunté comprobantes, cartas, una copia de la declaración de salud, etc. Fui muy honesto en mi exposición, pero bien crítico en mi diagnóstico sobre el sistema y la forma en que los vendedores de planes actúan sin escrúpulos con tal de ganar un afiliado (como fue en mi caso).

Mis principales argumentos fueron:

  1. Al momento de completar la declaración de salud no fue asesorado adecuadamente: no respondió mis preguntas, porque me dejó solo mientras contestaba, e incluso me alentó a omitir información, por considerar que 'no eran relevantes'.
  2. Un problema semántico: la declaración de salud no era clara al preguntar directamente sobre afecciones al riñón (considerando que los episodios de cólicos renales a veces son aleatorios y no siempre obedecen a una condición permanente).
  3. Un error interno, puesto que en el mismo documento yo declaré que había tenido una licencia médica en los meses precedentes, producto de cólicos nefríticos.

Mi caso estuvo en litigio durante más de 2 años. En todo ese periodo me fueron llegando notificaciones, citaciones a comparendos, copias de las apelaciones de la isapre (que se defendió con fuerza, escudriñando en mi historial médico hasta lo más profundo), etc.

Hasta que hace unas semanas me llegó una notificación de la Superintendencia. En palabras sencillas, esa resolución del juicio arbitral de Rodrigo Zavala contra Isapre Masvida declaraba que yo había ganado y que la isapre debería responder favorablemente a mi demanda. ¡Después de dos años de litigio y de espera, por fin, David le ganaba a Golliat!

Conclusiones

Escribo este post motivado no sólo por la felicidad que me produce el haber ganado, sino que también por la esperanza de que, pese a la férrea lucha de la isapre, los clientes tenemos garantizados nuestros derechos. Por la esperanza de que el reclamo bien hecho, bien justificado, sí sirve para algo: sólo hay que atreverse y hacerlo, y no bajar los brazos ante las presiones y arbitrariedades de un sistema tan abusivo como el de la salud privada.

Escribo, también, para que otras personas se sientan motivadas por mi ejemplo. Para decirles "¡Sí, se puede! Háganlo". Pongan atención a este precedente: analicen mis argumentos, utilícenlos a su favor, y aplíquenlos a la justa causa que cada uno tiene por delante. Porque, independientemente del contexto, la sentencia de la Superintendencia es decidora:

  • El análisis de las declaraciones efectuadas ante este Tribunal, por el agente de ventas individualizado, permiten concluir, fundadamente, que el proceso de afiliación no se realizó por persona capacitada en los términos que exige la normativa que rige el sector.
  • Se desprende que el agente de ventas no actuó de manera diligente, al instar al demandante a consignar en la Declaración de Salud una fecha distinta a la real, visualizándose la poca capacitación del funcionario de la Isapre al momento de asesorar al futuro afiliado, lo que hace presumir a este Tribunal Arbitral que el reclamante no fue correctamente asesorado por personal capacitado durante su proceso de afiliación a la Isapre demandada.
  • En consecuencia, la actuación de la Isapre demandada afecta los derechos de la demandante y, muy particularmente, respecto de aquél que le permite contar con la información necesaria para su incorporación a la misma Isapre. 

Creo que el agente de ventas fue el chivo expiatorio del caso, teniendo que pagar con su mala práctica las malas prácticas de una institución mucho más poderosa que él. Qué mal por él si fue desvinculado... pero me alegro de que, de alguna forma, se reconozca que los vendedores son inescrupulosos, que asesoran mal y que sólo se interesan por concretar una venta en los plazos y condiciones que sólo a ellos les interesan.

Por fin me acaba de llegar la carta de la isapre notificándome, muy escuetamente, que "le será otorgada cobertura a prestaciones recibidas en clínica X el 10/04/2015". En ella me piden "presentar documentos originales para efectos de realizar la valorización correspondiente...". Documentos originales, claro. ¡No me la iba a hacer fácil!

Pero no importa, Masvida: voy a hacer las gestiones para conseguir esos documentos. No me voy a rendir ahora que siento que, por fin, podré cerrar este capítulo con la isapre.

martes, 9 de mayo de 2017

"Torturas" en Coanil: una realidad parcial y descontextualizada

Entiendo la indignación que hechos como lo sucedido en Coanil provoquen en las personas que abogamos por el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, con mucha tristeza me he dado cuenta de que es bastante sencillo sentarse a ver las noticias y criticar el accionar de los funcionarios de este servicio -que, contrariamente a lo que muchos creen, no es público- cuando están haciendo un procedimiento de contención. De hecho, hasta parece ser cool cuando nos sumamos a la ola de críticas que inundan las redes sociales.

Pero ¿qué sabemos, realmente, sobre la realidad de esos centros?

¿No es por lo menos justo detenernos a imaginar cuál es la verdadera situación en la que se encuentran esos niños? ¿En algún momento alguno de los que rasgan vestiduras ha estado presente cuando uno de estos jóvenes tiene un ataque sicótico, esquizofrénico o de delirio? ¿Alguno sabe cómo se ponen y el profundo daño que se pueden autoinfligir? (O causar a los demás). ¿Alguien ha pensado que, en situaciones extremas, estos procedimientos -que, a la luz de una información parcial y descontextualizada, parecen verdaderas torturas- son una respuesta enérgica pero efectiva?

No he tenido la oportunidad de trabajar en un centro de Coanil, pero conozco muy de cerca a varias personas -cercanas, queridas y todas profesionales- que han quedado impactadas cuando han tenido que enfrentarse a situaciones tan extremas, cuando los adolescentes tienen que ser contenidos por indicación médica -sí, amarrados- antes de que, por ejemplo, comiencen a cortarse el cuerpo y la cara con vidrios, cuchillos, materiales de construcción o revestimientos tan aparentemente inocuos como maderas, pedazos de concreto o apliqués de lámparas.

Entonces, ojo con ser tan taxativos. Ojo con crucificar los procedimientos y a los implicados. Ojo con pontificar sobre respeto de los derechos humanos cuando, por otro lado, se criticaría el hecho de que ninguno de los profesionales que allí trabajan acudiera en ayuda de alguien que perfectamente podría suicidarse o asesinar. Porque, aunque parezca mentira, no estamos hablando de amenazas ni agresiones leves. No estamos hablando de simples pataletas de personas con discapacidad intelectual. Estamos hablando de severos trastornos, de descompensaciones impredecibles e irracionales, generalmente descontroladas y con una fuerza inusitada.

No es que aliente los procedimientos en sí mismos, ni mucho menos cualquier muestra de tortura -incluso la que no es tan evidente, la que no vemos pero sabemos que existe-. Mi punto es otro. Mi punto es: hay que entender que son situaciones aisladas, y no es justo hablar de que "se tortura". Tomemos un poco de distancia y veamos los hechos en su justo contexto. No lancemos una o mil piedras sin antes ser capaces de quitarnos el velo que no nos permite ver que en estas fundaciones las realidades son extremas y, muchas veces, fuera de un contexto "normal" (porque, claro, ¿qué persona "normal" en su casa amarraría a un joven "normal" frente a un "normal" arranque de ira?).

Por eso, creo que más que enfocarnos en la "tortura", el debate debería estar centrado en qué hace la sociedad -¡y las propias familias!- con personas, niños, jóvenes y adultos, con discapacidad intelectual o con enfermedades mentales. ¿Y qué es lo que hacen? Se desentienden de ellos. Los alejan poco a poco, hasta que llega un punto en que o son mendigos o entran a estos centros educacionales y de rehabilitación, donde, quiéranlo o no, tienen un pasar un poco más seguro, tranquilo y digno.

Seamos un poquito más justos y más críticos y endilguemos las responsabilidades a quienes corresponde: a las fundaciones, sí... pero también -y sobre todo- al Estado, como entidad garante de los derechos de los desposeídos y los abandonados, y a las propias familias que, irresponsablemente, ven en Coanil una salida fácil a su "problema".