miércoles, 24 de enero de 2018

Por qué no voté por Piñera

No voté por Piñera ni en 2009 ni en 2017. Y si, por desventura, en el futuro volviera a ser candidato... tampoco votaría por él. Esto va más allá de su contendor/a de turno o de los partidos que lo apoyan. Esto es una cuestión de principios.

Sería tedioso enumerar las características nefastas que provocan mi profundo rechazo al personaje en cuestión. En todo caso, aclaro que no tienen que ver con sus tics nerviosos, su falta de asertividad, sus intentos fallidos por parecer gracioso ni su nulo sentido del ridículo. Sería demasiado básico recurrir a lo que algunos han llamado piñericosas.

A grandes rasgos la brecha insalvable entre él, y todos los de su clase, y yo podría resumirse tan sólo en tres puntos: lo primero, su absoluta falta de pudor al reconocer públicamente que su parámetro para juzgar los actos propios o de sus colaboradores es lo que permite la legalidad, sin siquiera molestarse en atender los argumentos que lo conminan a emitir juicios de valor.

Porque actuar conforme las normas de un país no asegura la probidad ni mucho menos la indemnidad ética o moral. En otras palabras, hacer lo que permite la legalidad es una cosa; pero aprovecharse de la posición de privilegio para beneficio propio, es otra muy distinta. Y, por cierto, muy reprochable, sobre todo en supuestos servidores públicos que tienen el poder de tomar decisiones.

Lo segundo se relaciona con su mezquina concepción de sociedad, basada en cifras macroeconómicas, con estrategias populistas que promueven el concepto de éxito según el aumento o el descenso de la capacidad de adquirir bienes de consumo. 

No reniego del consumo -no podría-, pero me decepciona hondamente que esa postura eclipse o anule lo realmente importante para ser felices: la liberación del espíritu, la búsqueda de la belleza, el respeto por el otro, el derecho a la cultura, el deber de potenciar nuestras habilidades innatas. En resumen, la valoración de lo trascendente y no sólo de un puesto de trabajo.

Un candidato o un presidente nunca tendrá mi voto si su propuesta se basa exclusivamente en un análisis sobre si hay más o menos empleo. Peor aún, generando terror en las personas débiles, crédulas o menos instruidas y asegurando, de paso, que haya un verdadero estancamiento cívico, intelectual y cultural (que, al parecer, les conviene mucho).

Lo tercero, y más terrible desde mi punto de vista, es su postura conservadora en los mal llamados temas valóricos. Como individuo librepensante nunca voy a apoyar sectores cuya bandera de lucha sea la imposición de sus valores morales y el desprecio por las diferencias. Por muy buen político que sea, por muy hábil empresario o por muchos empleos que genere.

Un país pequeño y triste como el nuestro necesita salir de la oscuridad con algo más que mejores índices económicos. Necesita avanzar en justicia social, en la integración de las otredades, en la conquista de los derechos humanos. Es una insolencia, una inconsistencia, que Chile haya vuelto a elegir a una persona que se declara abiertamente en contra de las libertades individuales y del legítimo derecho que cada uno tiene a tomar nuestras propias decisiones.

Para mí, Piñera y sus hombres y mujeres de confianza son un retroceso en la conquista de los derechos sociales e individuales. Representan una cosmovisión egoísta, pobre, vacía y sesgada, refrendada en su sempiterna posición de privilegio y poder que los empuja a darnos lecciones de moral y a tratar de impedir que actuemos según lo que pensamos.

Yo quiero un país donde los dogmas de la iglesia católica no tengan cabida a la hora de legislar para todos. Un país donde se castigue la corrupción y el delito. Un país donde la máxima autoridad no justifique accionares asquerosos o abusivos sólo porque lo permite la legalidadUn país con una economía sólida, donde haya empleos, pero donde eso sea un medio y no un fin. Un país donde se entienda el problema medioambiental, se respeten los ecosistemas y tienda al desarrollo sostenible (y no se arrase con todo en pos del progreso).

Un país que avance hacia la tolerancia. Un país tranquilo, culto, empoderado y cívicamente responsable. Un país donde importe menos lo que cada uno tiene y se valore más lo que cada uno es. Un país donde nosotros y las futuras generaciones vivamos sin miedo a expresar lo que somos y lo que sentimos. Un país donde esté permitido ser diferente. Un país donde se nos trate como personas y no como simples números. Por eso no voto por Piñera.