miércoles, 26 de diciembre de 2018

La Ley de convivencia vial no va a funcionar

No necesito tomarme tan en serio lo que alguna vez un amigo designó como El oráculo de Zavala, en relación a mi capacidad para predecir eventos relacionados con el comportamiento humano; porque, más allá de las bolas de cristal o los supuestos poderes sobrenaturales, a veces sólo basta el sentido común para hacerse una idea más o menos certera de lo que va a pasar.

En ese sentido, mi opinión sobre el futuro de la llamada Ley de convivencia vial tiene más de observación que de presagio. 

En palabras simples, soy un convencido de que esta ordenanza está destinada al fracaso en un país como éste. El principal escollo es que se trata de una ley que pretende regular la convivencia entre personas... y bien sabemos que, lamentablemente, en Chile las personas no sabe convivir unas con otras.

Este triste fenómeno se basa en la premisa de que, por el contrario de lo que siempre nos quieren hacer creer, los chilenos somos egoístas y desconsiderados: en general, queremos lo mejor para nosotros mismos, pero no estamos dispuestos a perder parte de lo que, en teoría, nos corresponde como derecho. En palabras simples, disfrutamos de la sensación de ser unos ganadores, unos winners.

Mientras ese sensación siga existiendo -y, peor aún, siga siendo avalado socialmente-, de poco servirán las leyes que intenten multar el (mal) comportamiento de los usuarios de las calles y veredas. La convivencia no podrá ser porque, en general, no estamos acostumbrados a ser gentiles, a ceder parte de nuestros privilegios en favor de otros

Por lo mismo, por sobre el carácter punitivo de la ley, estoy seguro de que va a primar la comodidad propia: si soy un ciclista y no tengo una ciclovía por donde pasar, me subiré a la vereda para continuar mi camino. Si soy un automovilista y no tengo espacio para adelantar a un ciclista, no me tomaré la molestia de procurar los 1,5 metros exigidos. Y si soy peatón y tengo que cruzar una calle, no esperaré hasta llegar a la esquina. 

Está escrito. Es el sino del chileno: las leyes cuyo fiel cumplimiento no puede ser asegurado por un problema logístico, que no tienen penas efectivas y que, en el fondo, sólo regulan un tema de convivencia, no están hechas para que sean cumplidas. Las personas no lo toman en serio

A esta suerte de mentalidad chilensis se suma otro factor muy importante: las características viales de las ciudades no resiste la aplicación de estas mismas leyes: no hay infraestructura que permita el tranquilo y seguro transitar de las bicicletas separadas de los vehículos motorizados; no hay suficientes pistas de adelantamiento; no hay veredas lo suficientemente grandes como para permitir, en casos excepcionales, que personas y ciclistas vayan juntos.

Es bastante cómodo -y peligroso- imponer la legislación sobre temas tan cotidianos, sin ofrecer a la ciudadanía alternativas reales para que puedan cumplirlas. Porque una cosa es la educación y la buena voluntad que todos podemos poner para que el asunto funcione... pero otra es querer cumplir y no tener cómo. Y frente a eso, mejor seguir tal y como estábamos, ¿no?