Hace unos
días vi en televisión una entrevista a un siquiatra que expuso, principalmente,
sobre las características de una sociedad consumida por la falta de valores, el
desapego de las emociones y la pobreza espiritual en todos sus ámbitos.
Estuve
tentado por cambiar de canal, pero una pregunta me hizo desistir: “¿Cuál es, a
su juicio, el mayor problema de la sociedad chilena?”, requirió el conductor,
ante lo cual el experto no contestó ‘lo esperable’ -la desigualdad, la
intolerancia, el esnobismo, el chovinismo…-, sino que me noqueó con su
respuesta: “La pérdida del lenguaje”.
Su
explicación fue simple y directa: las nuevas tecnologías, la inmediatez y el
creciente interés por ‘tener’ (más que por ‘ser’) han hecho que la fórmula leer-escribir-hablar
sea, paradójicamente, un valor sin valor.
Concuerdo:
hoy no existe interés por mantener viva la esencia del idioma, que es la
gramática y la ortografía (y no solamente la capacidad de transmitir un
mensaje, lo cual podríamos hacer - incluso- sin necesidad de palabras). Por
ejemplo, me sorprende que no exista conciencia sobre la utilización la las
tildes para connotar la intención de un texto, considerando que hay diferencias
ostensibles entre una frase y otra dependiendo de cómo se acentúe una palabra.
También
me preocupa y me cuesta aceptar y entender la ignorancia generalizada sobre
cómo y cuándo utilizar recursos expresivos tales como signos de
interrogación o exclamación, puntos suspensivos, comas, puntos… y todos sus
derivados (que son varios, aunque no sean tan recurrentes).
Básicamente,
no se trata de hacer alarde de las destrezas al redactar, sino que de dar un
sentido coherente a lo que se quiere expresar. A diario veo cómo las personas
ocupan su tiempo actualizando perfiles en las redes sociales con frases
ininteligibles, ilógicas, vagas y hasta contradictorias. Desde mi perspectiva, es
impresentable que mensajes tan poco elaborados como éstos adolezcan de problemas
tan severos.
Escribir
sin que se entienda es tan aberrante como hacerlo con faltas a la ortografía,
lo cual me parece inaceptable en estos tiempos en que el acceso a la
información, a diccionarios y a internet está tan masificado.
Dentro de
mi ámbito de trabajo y, en lo posible, en mi círculo social trato de contribuir
en este aspectos, pero caigo en cuenta de que se trata de una batalla casi
perdida: en muchos casos no es falta de oportunidad, sino que falta de interés;
en muchos otros, no interesa escribir mejor, escribir bien. Y frente a eso
prefiero evitarme molestias y no leer todo aquello que es una vergüenza en sí
mismo.
¡Qué
pobreza de espíritu revela la falta de interés por mejorar estos aspectos que
sirven para darse a entender de manera clara y correcta pero que, además, son
determinantes para juzgar competencias laborales, académicas e incluso
personales!
No
escribo con ánimo aleccionador, sino que con desconsuelo y con un profundo
deseo de que esto cambie alguna vez; con la añoranza de que en Chile la gente
leyera más y viera menos televisión-basura; con el sueño de que en vez de
juegos y aplicaciones cuyo aporte es irrelevante, las personas descargaran
libros y diccionarios. En fin, con un país menos conformista y pobre, donde el amor
al idioma sea enaltecido como valor y no como una lucha de unos pocos.