miércoles, 17 de abril de 2019

¿Notre qué?

El mundo no será el mismo después del incendio que devastó la iglesia gótica más famosa de Francia: la Cathédrale de Notre-Dame de París. No sólo porque tendrá que pasar un buen tiempo antes de que podamos ver erguida nuevamente su imponente aguja central de más de 90 metros, sino también porque algo se fracturó en lo más profundo del espíritu del ser humano y nos ha dejado desolados.

Cuando, con justa razón, un monumento como éste se eleva a un estatus casi mitológico, resulta difícil admitir o pensar siquiera que podría ser víctima de las pequeñeces que afectan a los seres humanos: pequeñeces como pestes, revoluciones y dos guerras mundiales; pequeñeces como el poder abrasador y destructivo de las llamas sin control.

Ver el colapso de este testimonio de gran parte de la historia de la cultura occidental, nos enseña ahora más que nunca que el patrimonio siempre es vulnerable y que la amenaza de perderlo es latente, a pesar de las buenas intenciones. Por lo mismo, no sólo tenemos la responsabilidad de conocerlo, sino que, además, tenemos la obligación de cuidarlo.

El shock es transversal a los pueblos, razas y religiones que han sabido valorar la trascendencia de Notre-Dame de París no sólo como un prodigio de la arquitectura medieval, sino también como referente artístico-cultural inagotable; como un gigantesco monstruo de piedra que inyecta inspiración directamente a nuestros corazones desde hace 856 años.

Chilenos insensibles

Muchos chilenos, sin embargo, no sienten lo mismo. Con asombro, espanto y vergüenza leo comentarios que ofenden a quienes aún estamos viviendo el duelo. Pero más allá de eso, que es tolerable por quienes tenemos huesos duros de roer, me preocupa el nivel de ignorancia y la falta de sensibilidad hacia los estímulos sensoriales hermosos.

Pero no es su culpa. La culpa es de este país, Chile, que no nunca ha apostado realmente a cultivar el espíritu, a disfrutar de las cosas hermosas, a abrir los sentidos a la belleza. Nuestras familias, el sistema educacional y hasta la forma en que nos rigen las autoridades: todo confabula para que en nuestra sociedad abunden seres irreflexivos, insensibles, sin búsqueda.

El exitismo, el énfasis en las variables económicas y los intentos de la élite por seguir manteniendo sus posiciones de privilegio, entre otros factores, han socavado las bases de la sociedad y están generando niños y niñas que crecerán sin interés por descubrir y admirar lo que hay más allá de la teleserie de moda, del reggaetón o de la gala de Viña.

Hay que saber pensar

Más espacio para la educación cívica, el arte y la ciencia generaría más interés por acceder a la cantidad inmensurable de cultura que abunda en todos los rincones del mundo, y también ayudaría a fortalecer las capacidades cognoscitivas de muchos que no saben unir ideas, reflexionar ni manifestar opiniones coherentes.

En las clases de historia universal un porcentaje peligrosamente alto está dedicado sólo a memorizar fechas de conflictos bélicos, no a conocer y admirar, por ejemplo, grandes obras de arte y a los maestros que las crearon para la posteridad. Malísima señal. O como decían Los Cadillacs: "En la escuela nos enseñan a memorizar fechas de batallas, pero qué poco nos enseñan de amor".

Si no me cree, lea las publicaciones referidas a Notre-Dame de París. Verán una plétora de sandeces sin sentido, comparaciones absurdas, juicios irreflexivos, comentarios ilógicos, mucha ignorancia, argumentos que no argumentan nada y lo peor, o quizás lo que resume todo eso, una profunda insensibilidad. Triste realidad la chilena.