miércoles, 26 de diciembre de 2018

La Ley de convivencia vial no va a funcionar

No necesito tomarme tan en serio lo que alguna vez un amigo designó como El oráculo de Zavala, en relación a mi capacidad para predecir eventos relacionados con el comportamiento humano; porque, más allá de las bolas de cristal o los supuestos poderes sobrenaturales, a veces sólo basta el sentido común para hacerse una idea más o menos certera de lo que va a pasar.

En ese sentido, mi opinión sobre el futuro de la llamada Ley de convivencia vial tiene más de observación que de presagio. 

En palabras simples, soy un convencido de que esta ordenanza está destinada al fracaso en un país como éste. El principal escollo es que se trata de una ley que pretende regular la convivencia entre personas... y bien sabemos que, lamentablemente, en Chile las personas no sabe convivir unas con otras.

Este triste fenómeno se basa en la premisa de que, por el contrario de lo que siempre nos quieren hacer creer, los chilenos somos egoístas y desconsiderados: en general, queremos lo mejor para nosotros mismos, pero no estamos dispuestos a perder parte de lo que, en teoría, nos corresponde como derecho. En palabras simples, disfrutamos de la sensación de ser unos ganadores, unos winners.

Mientras ese sensación siga existiendo -y, peor aún, siga siendo avalado socialmente-, de poco servirán las leyes que intenten multar el (mal) comportamiento de los usuarios de las calles y veredas. La convivencia no podrá ser porque, en general, no estamos acostumbrados a ser gentiles, a ceder parte de nuestros privilegios en favor de otros

Por lo mismo, por sobre el carácter punitivo de la ley, estoy seguro de que va a primar la comodidad propia: si soy un ciclista y no tengo una ciclovía por donde pasar, me subiré a la vereda para continuar mi camino. Si soy un automovilista y no tengo espacio para adelantar a un ciclista, no me tomaré la molestia de procurar los 1,5 metros exigidos. Y si soy peatón y tengo que cruzar una calle, no esperaré hasta llegar a la esquina. 

Está escrito. Es el sino del chileno: las leyes cuyo fiel cumplimiento no puede ser asegurado por un problema logístico, que no tienen penas efectivas y que, en el fondo, sólo regulan un tema de convivencia, no están hechas para que sean cumplidas. Las personas no lo toman en serio

A esta suerte de mentalidad chilensis se suma otro factor muy importante: las características viales de las ciudades no resiste la aplicación de estas mismas leyes: no hay infraestructura que permita el tranquilo y seguro transitar de las bicicletas separadas de los vehículos motorizados; no hay suficientes pistas de adelantamiento; no hay veredas lo suficientemente grandes como para permitir, en casos excepcionales, que personas y ciclistas vayan juntos.

Es bastante cómodo -y peligroso- imponer la legislación sobre temas tan cotidianos, sin ofrecer a la ciudadanía alternativas reales para que puedan cumplirlas. Porque una cosa es la educación y la buena voluntad que todos podemos poner para que el asunto funcione... pero otra es querer cumplir y no tener cómo. Y frente a eso, mejor seguir tal y como estábamos, ¿no?

lunes, 29 de octubre de 2018

Chile, país de sucedáneos

Hace unos días descubrí con mucha tristeza que Netflix sacó de su parrilla programática una de las películas más conmovedoras que he visto en años: Al mejor postor. Esta pérdida se suma a la eliminación de Downton Abbey, probablemente la serie inglesa más exitosa, bella y elegante de todos los tiempos.

¿Qué nos dejaron, en cambio? Títulos como No soy un hombre fácil, Soltera codiciada, Perdiendo el norte, La peor semana, Barrio universitario, No estoy loca... y así una larga lista de historias intrascendentes que carecen de gracia, de buen gusto, de alma y de todo aquello que podríamos llamar verdadero arte.

¿Por qué los chilenos nos vemos privados de estos verdaderos deleites para los sentidos y, por el contrario, tenemos que conformarnos con productos de tan baja estofa? Sencillamente, porque nos tienen acostumbrados a los sabores de mala calidadsabores falsos, pobres, insípidos; todos sucedáneos de las verdaderas experiencias multisensoriales que enriquecen el espíritu de las personas y los pueblos.

No encontré una mejor palabra que sabores para resumir todo lo que implica nuestro diario vivir; da lo mismo si son películas, series, música, comida o incluso el espacio público por el que transitamos a diario: la falacia de buena calidad está presente de manera transversal en todo aquello.

La comida

Esta reflexión, compartida con Mesié Lamantán, surgió a raíz de nuestra observación respecto de la mala calidad de algunos productos que se venden en Chile. El problema no es su simple existencia en el mercado, sino más bien la alta aceptación que evidencian los consumidores.

Claro que la culpa no es necesariamente de los que compran... sino de los que prefieren producir sucedáneos que simulen los sabores y la apariencia de lo exquisito. Esta dinámica, que ha autorregulado al mercado, redunda en una oferta que ha terminado por naturalizar la mediocridad de los sabores de comidas y alimentos de uso cotidiano.

La presencia de productos como el "café" instantáneo; de chocolates "sabor chocolate"; del sucedáneo de limón; de quesos insípidos y plásticos; de la mortadela lisa; y de jugos con saborizante "idéntico al natural"... es una pequeña muestra de lo lejos que estamos de poder acceder a ciertos placeres sibaritas que nos han sido negados.

Cultura de la basura

Podemos encontrar este fenómeno en otras aristas del quehacer humano. Una de las más evidentes tiene relación con la mala calidad de los productos culturales masivos que se distribuyen por montones a una sociedad chilena que, por una ignorancia inducida por el propio mercado, no puede exigir más.

Es por eso que existe tanta conformidad por el consumo de basura cultural: conformidad con los programas de entretención; con los paneles de opinólogos de pacotilla; con reportajes autocomplacientes que ensalzan más al animador que a los propios protagonistas; con películas erotizantes y supuestamente humorísticas; con un Festival de Viña con artistas de categoría B, C o D...

¿Dónde están los esfuerzos por brindarnos calidad? ¿Dónde está la TV con verdadera convicción de entregar cultura y enriquecer los espíritus? ¿Dónde están los documentales de David Attenborough? ¿Dónde están programas como Esto es ópera o las franquicias de realities como Masters of Photography o The Great Interior Design Challenge?

Calidad de vida

Así es como nos enfrentamos a otros sucedáneos de productos de calidad que son aun más terribles, porque impactan directamente en la calidad de vida. En Santiago de Chile, por ejemplo, tenemos un sistema de transporte público decadente, indigno e ineficiente: buses desvencijados e inseguros, conductores imprudentes, poca conectividad, paraderos mal diseñados, y tiempos de desplazamiento inhumanos.

Y así suma y sigue: el alcalde que quiere cerrar los parques urbanos; la municipalidad que cede áreas verdes para el crecimiento del mercado inmobiliario; el mall que en vez de abrir sus espacios para el esparcimiento decide construir más estacionamientos; la ciudad que elimina los árboles y cubre todo de hormigón; la ordenanza municipal que permite echar abajo edificios emblemáticos para reemplazarlos por adefesios posmodernos.

¿Por qué lo aceptamos como sociedad? ¿Por qué no exigimos tener una mejor ciudad, vivir en una ciudad mejor? A mi entender, nos conformamos con todos estos simulacros y no abrimos los ojos al verdadero buen vivir porque hemos estado oprimidos demasiado tiempo por la mediocridad de lo que nos ofrecen las personas insensibles que deben tomar decisiones.

¡Pero llegó la hora de cambiar! Es nuestro derecho y nuestra responsabilidad reclamar para tener mejores cosas: más acceso a productos de calidad; a expresiones culturales de verdad; a música que enriquezca y no destruya las neuronas; a una ciudad inclusiva que respete al peatón por sobre el automóvil; a un sistema de transporte decente y seguro; a más espacios públicos; a más áreas verdes. En resumen, a una mejor calidad de vida.

jueves, 12 de abril de 2018

VIH en Chile: por esto nos contagiamos

Miremos las cifras de lo que ocurre en Chile: en tan sólo siete años (2010 - 2017), la cantidad de personas contagiadas con VIH se incrementó de 2.900 a casi 6.000. En otras palabras, ¡aumentó prácticamente en el 100%!

Esta triste realidad es aun peor cuando pensamos que ese número es incapaz de aproximarse a las cifras negras de contagio. Es decir, sólo es un dato estadístico que contempla a mujeres y hombres notificados, pero no representa el universo total de casos seropositivos para el VIH.

Como Estado y como sociedad hemos fracasado en la prevención del contagio. ¿Qué nos pasó? ¿Por qué, según indican las encuestas, menos del 20% de la población usa condón al tener relaciones sexuales? Y lo que es más preocupante: ¿por qué hoy en día pareciera no importar el contagio? 

Otra materia en la cual nuestro país ha reprobado estrepitosamente es en la concientización sobre la importancia de la detección temprana, ya que según la más reciente Encuesta Nacional de Salud sólo el 17% de los chilenos se hizo el test VIH por lo menos una vez durante el último año. ¿A qué le tememos? 

A la luz de estas informaciones, y desde mi visión como periodista otrora especializado en temas de psicología y salud, creo todo se debe tres factores principales:

1️⃣ Las malas o nulas campañas de salud pública

Estamos en una sociedad conservadora que en múltiples ocasiones ha impedido el desarrollo de programas sobre sexualidad y afectividad. Basta recordar el escándalo por las jornadas JOCAS (1995), el libro de la Municipalidad de Santiago... y, sucesivamente, con cada derivado de la Ley de la República Nº20.418, que fija las normas sobre información, orientación y prestaciones de materia de regulación de la fertilidad.

En el caso específico del VIH, las campañas del Ministerio de Salud y de diversas instituciones dedicadas a la prevención también han sido boicoteadas -o, por lo menos, cuestionadas- por la Iglesia y grupos conservadores, obligándolas muchas veces a enfocarse en una mera exposición sobre biología humana.

Pero nos falta lo esencial: educar, sin tapujos, sobre los riesgos reales que tienen los adultos y los jóvenes que ya se iniciaron sexualmente (no seamos ingenuos); enseñar a hombres y mujeres a usar el condón y, sobre todo, a educar en prevención: es decir, a tener más conocimiento sobre formas de contagio, para disminuir las conductas de riesgo.

Así, naturalizando una realidad a estas alturas innegable, es probable que el tema del VIH/sida deje de ser un tabú. Eso podría llevar a muchas más personas tomarse con mayor tranquilidad un hecho tan simple como ir a hacerse el examen.

2️⃣La hegemonía del pensamiento heterosexual 

Hay asuntos en los que el mundo homosexual ha debido madurar antes. Por ejemplo, en la conciencia sobre la discriminación y la consiguiente lucha por la obtención de derechos sociales básicos. (Porque, claro, si no eres gay no te das cuenta de que vives en una situación natural de privilegio).

Otro tema muy relevante tiene relación el contagio del VIH y la errónea creencia de que esta Infección de Transmisión Sexual (ITS) sólo está asociada al contacto sexual entre dos hombres. Por lo mismo, quienes tienen estas conductas de riesgo son exigidos socialmente para estar más informados, para cuidarse en cada relación y para hacerse el examen más seguido que los heterosexuales.

Pasaron los 80, los 90, los dos mil y se comprobó que el VIH/sida no era una 'enfermedad de homosexuales'. Pero hoy, en pleno 2018, la cantidad de hombres y mujeres heterosexuales que tienen sexo con condón continúa siendo muy baja. ¿Por qué? Porque, tontamente, pareciera bastarles con que ella tome sus anticonceptivos.

En otras palabras, impedir un embarazo es su única preocupación real. Ya sea por ignorancia ("es un tema de gays"), por desidia ("no tengo dónde conseguir un condón") o por simple machismo ("sin condón se siente distinto"), ellos y ellas olvidan la larga lista de ITS que pueden transmitirse aunque aparentemente estén limpios.

Por lo tanto, es indispensable terminar con esa sensación de los heterosexuales tienen permitido tener relaciones sexuales sin condón. Error, amiga. Error, amigo: puede que tomar la píldora te libere de un embarazo (y eso está muy bien si no quieren ser padres)… pero eso en ningún caso los hace inmune al contagio de una ITS, incluido el VIH.

3️⃣ La insalvable brecha generacional

Las manifestaciones clínicas derivadas del contagio por VIH (lo que comúnmente conocemos con el nombre de la enfermedad: sida) fueron descritas a principio de los años 80, pero sus estragos continuaron impactando al mundo entero durante casi toda la década siguiente.

Por consiguiente, todos los que vivimos y crecimos entre los 80 y los 90 siempre vimos al VIH/sida como una amenaza constante: como un trastorno incurable, una desgracia terrible. En otras palabras, una condena a muerte a la que, bueno, había que tenerle respeto… y mucho miedo.

Pero los avances de la ciencia lograron que este síndrome otrora mortal se transformara en una enfermedad crónica tan controlable como la diabetes o la hipertensión. Siendo así, dejamos de ver escenas de personas con cuerpos demacrados, llenos de manchas, con fallas sistémicas, y con un pie casi en la tumba.

A mi entender, esta diferencia generacional ha hecho que los jóvenes y adultos-jóvenes de hoy hayan perdido el respeto por el contagio. Es como si dijeran: "¿Qué más da si me contagio? No voy a morirme". Es como si se hubiese perdido la espectacularidad de la enfermedad, el impacto, la capacidad de asombro, el pudor y el respeto por los otros y por uno mismo.

¿Qué hacer, entonces? Educar. Educarnos. Ser conscientes de la historia, de la evolución de la enfermedad y de los tratamientos, por ejemplo. Decirles a los más jóvenes el contagio sí implica hacer esfuerzos: que hay que someterse a una terapia, hay que cuidar la alimentación, el estilo de vida, etc. Que la vida cambia. O sea, no porque sea tratable es menos difícil vivir con ella (sin considerar el maldito estigma que aún pervive en todos los estratos sociales).

Seamos conscientes. 
Seamos responsables. 
Seamos respetuosos. 
Seamos felices. 

martes, 27 de marzo de 2018

"No se mueren los embriones abortados: se mueren las mujeres"

Iba a escribir un post largo para expresar mi opinión sobre la legalización del aborto. Mientras pensaba cómo estructurar un relato claro y potente en términos argumentativos, me encontré con este video. Y dejé de pensar. Esta mujer argentina -desconozco si es una figura pública o anónima- encontró las palabras precisas y hoy me hago eco de ellas:

Estoy agradecida por haber abortado a los 18 años, señor. ¡Qué agradecida por no tener un hijo de 22!

("Es una pena", dice quien la confronta).

Es una pena para usted, que decide sobre mi cuerpo, me juzga, dice que abortar es malo, cuando es un hombre; no tiene ni idea lo que es tener un ovario; que no tiene ni idea de lo que es parir un hijo. Usted, que no parió, ¿me dice a mí que yo hice algo malo y que sufro consecuencias gravísimas por abortar? 

De tres abortos se muere una mujer pobre, en condiciones infrahumanas. Tiene que ir a abortar porque decide no tener un hijo y se tiene que confrontar con parte de la sociedad que piensa como usted... (que) ¿no dice que los gobernadores tienen que legislar para todas igual y para todos igual, que nos defienda y nos dé un aborto seguro y legal gratuito, para que no nos caguemos muriendo? Y defiende un concepto de que la vida empieza no sé dónde, porque la que transmite la vida y la que va a dar a luz una vida soy yo misma. ¿Y después tengo la responsabilidad vitalicia de querer a ese hijo para toda la vida, pese a que usted exista o no exista como masculino dentro de esa composición familiar?

("La ciencia dice dónde empieza la vida", argumenta el hombre).

No, señor. Es anacrónico su discurso. Vetusto. Y no me venga acá a implementar la iglesia, porque saque sus rosarios sobre mis ovarios, porque gracias a eso, gracias a eso, el mundo está como está. Por gente que piensa como usted, las mujeres se están muriendo. No se mueren los embriones abortados: se mueren las mujeres. ¿Y sabe qué mujeres? Las invisibilizadas. Las que usted no ve. Las que yo le voy a ir a dar a la villa clases de alfabetización y talleres de teatro. Esas mujeres que usted no ve, de Once. Nenas de once años que quedan embarazadas, mujeres de 15 que quedan embarazadas y que no quieren tener esos hijos... 

No hay ningún Estado. Hay un Estado ausente que no gobierna para ellas. Se mueren. ¿Es lindo, eh, ser madre a los 11 años? Porque "no abortes, tienes once años, estás haciendo algo malo...". ¿Pero usted qué está pensando? ¡Tiene que ser una cuestión da salud pública. Es una deuda de la democracia. ¡Es un derecho humano! Por eso las sociedades civilizadas tienen el derecho al aborto. Es una deuda de la democracia. Videla, Echecolatz y Massera desaparecían gente, se apropiaban de bebés... en nombre de la iglesia también.

Acá va parte del video:

martes, 6 de marzo de 2018

Una mujer. (Y punto).

La noche del 4 de febrero de 2018 quedará grabada en nuestra historia. Pero no sólo por el hecho de que Una mujer fantástica hubiere ganado el Oscar como mejor película de habla no inglesa, sino porque los ojos del mundo se posaron en Chile y desvelaron, a la fuerza, una de nuestras grandes vergüenzas contemporáneas: el desamparo la injusticia y los malos tratos de los que son sometidas las personas transgénero.

Porque mientras muchos estábamos celebrando, a otros el premio les dio bríos para rezumar resentimiento e ignorancia; quienes, amparados tras una pantalla, desataron su odiosidad y su más profundo desprecio por el género humano a través de nefastos comentarios discriminatorios que, lamentablemente, suelen representar a un sector bien identificado de la sociedad: conservadores, religiosos y fanáticos varios.

En otras palabras, personas que han estado siempre en una posición de privilegio respecto de las minorías y que, por lo tanto, son incapaces de ser empáticas. Y no conformes con tener sus derechos asegurados por defecto, tienen el descaro y el egoísmo de no dejar que otros -los invisibilizados, los oprimidos- accedan a lo que les ha sido negado y que en nada les afecta a ellos. Es sólo una lucha de ego, lucha de poder.

Daniela, siempre digna

Pero lo más hermoso de todo es que Daniela Vega no se rebaja a contestar los insultos; ella, la actriz transgénero de la que todos hablan, no desgasta ni un ápice de su manifiesta inteligencia en discutir con aquéllos que la critican, la discriminan y abusan de su poder hegemónico. 

Su estrategia, en cambio, es mucho más sofisticada: digna de una mente y un corazón que trascienden la condición humana y vuelan más cerca del espíritu que de la carne. Ella, la mujer fantástica, utiliza su hasta ahora inigualable exposición mediática internacional para dar un mensaje contundente, sin necesidad de ofensas ni proselitismo barato

Y ese mensaje es claro: dignidad para la comunidad transgénero; dignidad para el ser humano sin importar su género, su raza o su credo. 

Pausada y divertida, pero firme en sus convicciones, ella se da maña para transmitir un legítimo reclamo de igualdad de derecho, por el simple hecho de ser ciudadana de Chile; por el simple hecho de ser una mujer. Con paciencia e inteligencia, se toma el tiempo para explicar que "La condición trans no es algo indumentaria; no es algo cosmético, no tiene que ver con la ropa: tiene que ver con cómo uno ve el mundo y desde dónde lo ve". Y eso se agradece, Daniela.

El Oscar: la excusa perfecta

La obtención de la estatuilla dorada no es más que la excusa para que de una vez por todas hablemos en serio de estos temas en Chile. Da lo mismo si la película nos gustó no no; da igual de si la interpretación es magistral o queda al debe. Lo que realmente importa es que el filme muestra un tema que hasta ahora permanecía en las tinieblas.

Una cosa lamentable es que esas tinieblas no sólo están alimentadas por personas ordinarias que hacen sus descargos en redes sociales, sino también por los sectores conservadores y poderosos de nuestro país; por esa clase política que insiste en hacernos creer que son una fuente de rectitud y autoridad moral. Por todos aquéllos que pretenden decirnos cómo vivir nuestras vidas, cómo sentir… y hasta qué ser.

¡Pero ya basta de dejarnos avasallar por mentes y corazones egoístas que pretenden hacer infelices a los demás con sus discursos medievales! Es tiempo de hablar sobre identidad de género; pero, más importante aún, es tiempo de legislarEs hora de que hombres y mujeres trans sean reconocidos/as como tal y sean tratados/as con la dignidad y el respeto que se merece cualquiera ser humano de bien.

Por todo eso, me alegra que el reconocimiento mundial -sí, mundial- de Una mujer fantástica haya puesto el dedo en la llaga en este lejano país al sur del continente. Está bien que las autoridades se sientan interpeladas. Está bien que Chile avance hacia una sociedad más justa y moderna, hacia una sociedad más noble y bella. Está bien que hoy por hoy Daniela sea la estrella más brillante del pequeño firmamento chileno. Se lo merece.

Se lo merece no sólo porque su ejemplo nos inspira, a hombres y mujeres, sino también porque quizás sin habérselo propuesto (o quizás con) está iluminando almas y salvando vidas. Y, de paso, también está llamándonos a la autorreflexión como personas y como sociedad con palabras tan lindas como éstas:
"Yo invitaría a la gente a ampliar los límites del pensamiento. El ser humano es tan increíblemente poderoso que es capaz de vivir en Alaska y en República Dominicana. Es capaz de crear submarinos y cruzar el Atlántico bajo el agua. ¿Cómo no vamos a ser capaces de convivir los unos con los otros?".









miércoles, 24 de enero de 2018

Por qué no voté por Piñera

No voté por Piñera ni en 2009 ni en 2017. Y si, por desventura, en el futuro volviera a ser candidato... tampoco votaría por él. Esto va más allá de su contendor/a de turno o de los partidos que lo apoyan. Esto es una cuestión de principios.

Sería tedioso enumerar las características nefastas que provocan mi profundo rechazo al personaje en cuestión. En todo caso, aclaro que no tienen que ver con sus tics nerviosos, su falta de asertividad, sus intentos fallidos por parecer gracioso ni su nulo sentido del ridículo. Sería demasiado básico recurrir a lo que algunos han llamado piñericosas.

A grandes rasgos la brecha insalvable entre él, y todos los de su clase, y yo podría resumirse tan sólo en tres puntos: lo primero, su absoluta falta de pudor al reconocer públicamente que su parámetro para juzgar los actos propios o de sus colaboradores es lo que permite la legalidad, sin siquiera molestarse en atender los argumentos que lo conminan a emitir juicios de valor.

Porque actuar conforme las normas de un país no asegura la probidad ni mucho menos la indemnidad ética o moral. En otras palabras, hacer lo que permite la legalidad es una cosa; pero aprovecharse de la posición de privilegio para beneficio propio, es otra muy distinta. Y, por cierto, muy reprochable, sobre todo en supuestos servidores públicos que tienen el poder de tomar decisiones.

Lo segundo se relaciona con su mezquina concepción de sociedad, basada en cifras macroeconómicas, con estrategias populistas que promueven el concepto de éxito según el aumento o el descenso de la capacidad de adquirir bienes de consumo. 

No reniego del consumo -no podría-, pero me decepciona hondamente que esa postura eclipse o anule lo realmente importante para ser felices: la liberación del espíritu, la búsqueda de la belleza, el respeto por el otro, el derecho a la cultura, el deber de potenciar nuestras habilidades innatas. En resumen, la valoración de lo trascendente y no sólo de un puesto de trabajo.

Un candidato o un presidente nunca tendrá mi voto si su propuesta se basa exclusivamente en un análisis sobre si hay más o menos empleo. Peor aún, generando terror en las personas débiles, crédulas o menos instruidas y asegurando, de paso, que haya un verdadero estancamiento cívico, intelectual y cultural (que, al parecer, les conviene mucho).

Lo tercero, y más terrible desde mi punto de vista, es su postura conservadora en los mal llamados temas valóricos. Como individuo librepensante nunca voy a apoyar sectores cuya bandera de lucha sea la imposición de sus valores morales y el desprecio por las diferencias. Por muy buen político que sea, por muy hábil empresario o por muchos empleos que genere.

Un país pequeño y triste como el nuestro necesita salir de la oscuridad con algo más que mejores índices económicos. Necesita avanzar en justicia social, en la integración de las otredades, en la conquista de los derechos humanos. Es una insolencia, una inconsistencia, que Chile haya vuelto a elegir a una persona que se declara abiertamente en contra de las libertades individuales y del legítimo derecho que cada uno tiene a tomar nuestras propias decisiones.

Para mí, Piñera y sus hombres y mujeres de confianza son un retroceso en la conquista de los derechos sociales e individuales. Representan una cosmovisión egoísta, pobre, vacía y sesgada, refrendada en su sempiterna posición de privilegio y poder que los empuja a darnos lecciones de moral y a tratar de impedir que actuemos según lo que pensamos.

Yo quiero un país donde los dogmas de la iglesia católica no tengan cabida a la hora de legislar para todos. Un país donde se castigue la corrupción y el delito. Un país donde la máxima autoridad no justifique accionares asquerosos o abusivos sólo porque lo permite la legalidadUn país con una economía sólida, donde haya empleos, pero donde eso sea un medio y no un fin. Un país donde se entienda el problema medioambiental, se respeten los ecosistemas y tienda al desarrollo sostenible (y no se arrase con todo en pos del progreso).

Un país que avance hacia la tolerancia. Un país tranquilo, culto, empoderado y cívicamente responsable. Un país donde importe menos lo que cada uno tiene y se valore más lo que cada uno es. Un país donde nosotros y las futuras generaciones vivamos sin miedo a expresar lo que somos y lo que sentimos. Un país donde esté permitido ser diferente. Un país donde se nos trate como personas y no como simples números. Por eso no voto por Piñera.