Creación de Jean Jullien |
Por lo mismo, tengo fe en que los atentados terroristas en
París serán un impulso para rebelarnos; pero no para levantarnos en armas, como algunos dignatarios han propuesto, sino para
demostrar con gestos, grandes y pequeños, que estamos contra la violencia y las
luchas por ideales mezquinos y antediluvianos, sean de la índole que sean.
Pruebas de esto hay muchas: la indignación de millones de
usuarios de redes sociales; mensajes de líderes en todo el mundo; y manifestaciones como el discurso de Madonna, el pianista que tocó “Imagine” afuera del Bataclan o el joven musulmán que ofreció abrazos en París.
Personalmente, respeto todos las iniciativas para
manifestarse contra el odio y la violencia -excepto, claro, el odio y la
violencia-, porque todas nacen de la legítima aspiración a vivir en un mundo pacífico
en el que todos podamos convivir aunque no todos pensemos igual.
Por eso me entristece que proliferen posturas odiosas
que invalidan sentimientos y libertades. ¿Por qué criticar a quienes piden u
ofrecen una oración? ¿Qué de malo hay en compartir una imagen en las redes?
¿Cuál es el detrimento hacia la causa pacifista y humanitaria si lloro la
muerte de los hombres y mujeres de París?
Las energías invertidas en esas posturas ingrávidas no hacen
más que desvirtuar el foco de lo que verdaderamente importa: el repudio de la
violencia y el clamor de todo un planeta que exige la deposición de las armas…
en París, en Siria, en China o en Venezuela. Porque, en verdad, no importa la forma, sino el
fondo.
Concuerdo con quienes alzan la voz denunciando que en otras
naciones también hay dolor y muerte. Eso también es repudiable, pero en ningún
caso debería ser tomado como una nueva arma de batalla, como un ideal para
atizar a un grupo de incautos que caen en
el mismo juego del odio aunque en una escala menor.
Basta ya de ennegrecer el panorama con ráfagas de palabras
virulentas y llamados mezquinos a tomar partido o por París o por el Medio
Oriente. Más allá del impacto y la cobertura mediática inicua entre las realidades de
Europa y otras latitudes -y eso es una tarea pendiente-, episodios como estos
deben avergonzarnos y movilizarnos siempre.
Al final, todo suma y crea conciencia: desde lo
cósmico y lo divino hasta lo más práctico (porque como opinó el Dalai Lama, “no
sólo con oraciones se acaba el conflicto”). Así se construye una sociedad
homogénea, respetuosa y libre. En otras palabras, un mundo mejor.