viernes, 18 de enero de 2019

Todos perdimos

Así nomás: en la comuna de Santiago perdieron las personas, perdió el alcalde, perdieron los vecinos y perdió la ciudad. Todos perdieron. Perdimos.

No sé si será coincidencia, pero desde hace unos dos años, más o menos, he sido testigo del incremento de personas en situación de calle en las calles del centro de Santiago: hombres y mujeres, enfermos o sanos, durmiendo en parques, rincones, entradas de edificios. Hombres y mujeres haciendo fogatas, tendiendo su ropa, lavándose, cocinando, bebiendo alcohol, consumiendo drogas -en algunos casos-, haciendo sus necesidades biológicas y a veces hasta peleando a gritos y/o a botellazo limpio.

La indigencia y la mendicidad siempre fueron considerados como problemas aislados, poco frecuentes, en una comuna que parecía tener todo en orden. Mirábamos otras metrópolis latinoamericanas tales como Buenos Aires o Sao Paulo y nos parecía estar a años luz de diferencia respecto de esa triste realidad. Pero hoy todo es diferente. Ahora eso se ve a plena luz del día, todos los días y todas las noches.

Esta realidad me preocupa y me molesta desde tres puntos de vista:

1. El lado humano

Al darme cuenta de que todas las políticas en este sentido han fracasado rotundamente. ¿Qué hace el municipio por ofrecer una solución o una alternativa a los indigentes que, por opción o por enfermedad, viven en las calles? ¿Qué ha hecho el Gobierno, aparte de uno que otro programa aislado y sin verdadero poder de ejecución?

¿Por qué no existe una acción coordinada y permanente para albergar a estas personas en lugares que tengan condiciones adecuadas, donde les ofrezcan un techo y comida a cambio de trabajo comunitario, por ejemplo? Porque no se trata sólo de dar sin recibir. Algo tendrían que aportar, desde sus escasas posibilidades, a saldar esta deuda para con la sociedad que les tiende una mano.

2. La seguridad

No escribo porque alguien me lo ha contado. Escribo porque lo veo a diario, en la esquina de mi casa, a la vuelta de la cuadra, en el parque que tengo que cruzar. En esos lugares, con carpas y verdaderas "instalaciones" domiciliarias no sólo hay gente enferma, trastornada o excluida: también hay delincuentes que se aprovechan del anonimato y la marginalidad para refugiarse cada vez que cometen delitos de baja calaña: "carterazos" y robo de celulares, principalmente.

Los he visto correr raudos entre los autos, para luego esconderse en las carpas destartaladas y hacinadas. Y, claro, ahí nadie se va a meter. Ni Seguridad Ciudadana ni los Carabineros... quizás temiendo que, de hacerlo, sean acusados de discriminadores por asumir que indigencia es sinónimo de delincuencia. Pero lo cierto es que lo hacen: se aprovechan de la precariedad y del prejuicio intrínseco que existe en torno a estas personas. Y mientra todo esto pasa, los vecinos seguimos sintiéndonos inseguros en nuestros propios barrios (antaño tranquilos).

3. La suciedad

Siempre he sabido que, así como no lo es de delincuencia, pobreza tampoco es sinónimo de suciedad. Lamentablemente, parece que la extrema situación de indigencia no respeta esta máxima que todos deberíamos conocer. A diario veo las carpas, los colchones y un sinnúmero de implementos usados para subsistir a la intemperie. Y los veo todos amontonados, apilados, sucios, desparramados. Como estas personas no tienen la conciencia para darse entender que la calle no les pertenece a ellos (al menos no exclusivamente), ensucian sin importarle el resto.

Mugre, basura, malos olores, desechos humanos en plena calle (en frente de mi casa, así tal cual: caca). Todo eso en una cuadra, luego en la otra, y en la otra... y así sucesivamente. El centro de Santiago se ha convertido en un reducto inmundo que ha despojado a la ciudad del buen ambiente y hace que los habitantes sientan asco, vergüenza y miedo al caminar por sus calles.

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